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Ética y política, en los tiempos de revocación

  • Foto del escritor: Jessica Padilla
    Jessica Padilla
  • 13 abr 2022
  • 3 Min. de lectura

Desde la Grecia Antigua, Aristóteles ya se preocupaba por los menesteres que en la actualidad causan gran polémica y nos siguen inquietando. El estagirita vislumbraba al Estado como una comunidad moral con fines éticos, considerando, en consecuencia, a la Ética y la Política íntimamente unidas. Desde esta visión, la Política debía buscar el bien y ocuparse de que los ciudadanos realizaran acciones justas respetando las normas de conducta establecidas, para lo cual, era condicionante subordinarse a la Ética. Podemos discurrir que de aquí surge la relación entre Ética y Política.


Desde sus inicios, la conjunción Ética-Política ha tenido la misión de alcanzar el bien supremo que es, nada más y nada menos que la felicidad de la ciudadanía, procurando una vida activa, honorable y virtuosa.


Por supuesto, para lograr el bien supremo anhelado por todas y todos, es indispensable que las personas que dirigen el Estado tengan el conocimiento y la capacidad necesarias para hacerlo, además de un perfil caracterizado por virtudes como el sentido de justicia, probidad, prudencia y, sobre todo, el mérito moral.

Si nos ponemos los lentes de Administración Pública y nos quitamos los de pensamiento filosófico, diríamos que las personas que sirven a la nación, sin importar la clase de cargo que ostenten, el nivel de funciones o la institución a que pertenezcan, deberían dedicarle al menos unos minutos a reflexionar sobre la relación que tiene la ética con sus labores, simple y sencillamente porque cada servidor público se debe a la ciudadanía, se convierte en el encargado de representar y atender los requerimientos sociales. Por lo tanto, es -o debería ser- un digno representante.




Remontándonos a un pasado más cercano, cuando comenzó este sexenio se afirmó expresamente el compromiso de no mentir, no robar, no traicionar al pueblo y eliminar la corrupción; mes y medio después se habló de la creación de una Constitución Moral e inició la distribución de la Cartilla Moral de Alfonso Reyes, todo ello para moralizar la vida pública del país, para fortalecer los valores culturales, morales, espirituales y no sólo lograr el bienestar material, sino también el bienestar del alma.


Partiendo de estas reflexiones y, a un par de días del ejercicio de revocación de mandato, quizá valdría la pena revisar algunos puntos:


1. La revocación de mandato -al igual que la consulta popular, el plebiscito, el referéndum y los presupuestos participativos- es un mecanismo de participación ciudadana que no es votación; sino, una herramienta más para que la ciudadanía pueda emitir su opinión.


2. Este ejercicio puede ser entendido como una especie de elección intermedia para determinar si el gobernante se queda o no; aunque es una figura que causa gran polémica, lo que se plante de fondo -o al menos eso se pretende- es que, si un representante popular no está cumpliendo con la tarea encomendada, la ciudadanía tiene derecho de revocar el mandato otorgado; como una especie de “perdimos la confianza porque no has hecho lo que tu dijiste, entonces no dejaremos que termines tu periodo”.


3. Entonces, ¿es un símil de un ejercicio de rendición de cuentas de la acción del gobierno?


La única certeza es que, nuestra Constitución Política dispone como requisito para que el proceso de revocación de mandato sea válido, que haya una participación de por lo menos el cuarenta por ciento de las personas inscritas en la lista nominal de electores; lo cual no ocurrió.


Y… ¿todo esto qué tiene que ver con la conjunción Ética-Política?... La política implica deliberación permanente sobre los deberes para la vida pública por lo que tiene una esencia ética irrenunciable, Ética y Política se mueven dentro de una misma dimensión, la política no puede operar acertadamente sin la ética y, la aplicación de la ética puede lograr mejores resultados prácticos cuando se suma al ejercicio del poder.

Hace algún tiempo, el sociólogo Max Weber expresó “quien se dedica a la política, busca el poder: el poder como medio al servicio de otros fines (ideales o egoístas), o bien el poder ´en beneficio propio´: para disfrutar de la sensación de prestigio que da”; hoy día, una vez manifestada la opinión de la ciudadanía, se vuelve crucial que en las altas esferas exista una reconciliación entre la Ética y la Política, que se reoriente el ejercicio del poder hacia ese Estado que busca el bien mediante acciones justas, con una verdadera rendición de cuentas, respetando los derechos humanos y, sobre todo, con el inexcusable cumplimiento de las normas jurídicas ya establecidas.


Jessica E. Padilla Ramírez

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